Mi primera novela y un puñado de sueños

Hoy me he levantado especialmente contenta, porque por fin parece que el calor queda atrás y el olor a otoño se cuela por las ventanas. Todo un augurio de momentos valiosos en casa, de empezar proyectos y acabar los inconclusos. Una promesa de infinitos comienzos.

Y, precisamente, son los comienzos lo que hoy me apetece compartir contigo. En concreto, me hace ilusión presentarte la que fue mi primera novela, y que lucía una portada tan espectacular como la que te muestro arriba.

Sí, sí, lo sé, el color, el título y el audaz diseño destilan elegancia y cierta pretenciosidad, pero mucha más ingenuidad e ilusión. La he encontrado mientras arreglaba el trastero, guardada como un tesoro. No soy muy de acumular objetos o recuerdos de la niñez, pero esta la conservo en una cajita en la que guardo también el walkman que me regaló mi padre poco antes de morir y la cámara de fotos que usaba. El argumento es un pastiche de lo que leía y veía en aquel entonces: Los cinco, Puck, La Bella y la Bestia, Dragon Ball…

Calculo que debí escribirla sobre los diez u once años, pero ya desde mucho antes afirmaba, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, que sería profesora y escritora. Por fortuna, he logrado ambas cosas y, desde mi visión de adulta, me sorprendo ante la fortaleza de mis sueños y mi persistencia. Es que yo no sabía que era así.

De lo único que me arrepiento, es de haber postergado tanto el momento de lanzarme de verdad a sacar a la luz lo que tanto me gustaba. Hoy, cuatro novelas publicadas después (y otras tantas en el cajón, pero esas sí que no las voy a enseñar jamás), suelo repetirles a mis alumnas que, si volviera a tener su edad, estudiaría un poco menos y dedicaría más esfuerzo a lo que de verdad me gustaba. Escribiría más. Lo mostraría más. Me creería que a lo mejor algún día podría hacer disfrutar a alguien.

No sé, creo que a veces infravaloramos los sueños y las ilusiones y permitimos que la sobriedad de la vida diaria y la responsabilidad los aplaste. Y no. Ya no. No lo permitamos. O, al menos, no los dejemos de lado sin haberlo intentado un poco.

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