El verano, la pereza y la creatividad desbordada

Hace unos días intentaba explicarle a una lectora que vive en el extranjero que en verano España está parada. Dormida, aletargada. Perezosa. Cerrada a cal y canto. Y da igual si uno está de vacaciones o no, porque la desgana y el adormecimiento generalizados te acaban atrapando igual entre sus redes.

Para colmo, las que somos madres de niños pequeños los tenemos todo el día pegados a nosotras y, aunque eso es parte de la magia del verano, a ver quién es la guapa que se pone a escribir así. Yo al menos me levantó todos los días con la firme decisión de que «de hoy no pasa que me ponga en serio». Pero nada.

Lo peor de todo es que la falta de tiempo, la procrastinación elevada al cubo y las largas tardes de languidecer bajo el ventilador no comportan necesariamente falta de ideas para escribir. Al contrario, todas mis novelas, tanto las ya escritas como las que son un mero proyecto, han surgido en verano. Una realidad curiosa, porque nunca he empezado a escribirlas en serio hasta que llega septiembre. Pero la chispa, el clic, la bombillita en la cabeza cual dibujo animado, siempre ha estado relacionada con algún acontecimiento veraniego.

Supongo que cada escritor funciona a su manera, y la chispa creativa se prende en ellos de mil formas diferentes y de lo más variopintas. ¿Cómo cuáles? Hay van las mías:

 

1. Un verano en Galicia y Tu secreto bajo la lluvia

Cuando era apenas una jovencita que acababa de terminar los estudios, me mudé a La Coruña detrás de un amor (por suerte, todavía sigue a mi lado, mereció la pena la aventura). Llegué en pleno verano y, presa de un juvenil frenesí viajero y turístico, aproveché para recorrer las tierras gallegas, las rías, los bosques, los acantilados, los faros… Se me metió en la piel y en el alma el olor salado de la costa y el graznido de las gaviotas.

Allí empecé una novela que jamás terminé ni terminaré, pero me llevé anotada la que sería la semilla de una nueva historia doce años después, cuando un ataque de morriña hizo que me lanzara de cabeza a escribir en serio. Curiosamente, no fue el verano gallego lo que plasmé en ella, sino su otoño, húmedo, gris, melancólico y hermoso. Me pareció un escenario mágico para crear una historia de amor, a la que procuré otorgarle ese mismo tono que evocaban mis recuerdos.

2. Una verbena de pueblo y El último rayo de luz

Ya sabemos todos lo que una verbena puede dar de sí. Porque en las verbenas hay música, y la música habla de emociones, de historias y de silencios. Aunque hacía tiempo que rondaba la idea de contar una historia con el tema de fondo de El último rayo de luz, fue una sencilla canción, tocada con una guitarra y cantada con voz desgarrada, la que prendió la chispa creativa y unió todos los elementos que había ido recopilando: la luz, el arte, Mallorca, los silencios, los paisajes, el amor… El propio verano es prácticamente un personaje más, como lo es la isla. Si me preguntaran a qué suena El último rayo de luz, sin duda, diría que a rasgueo de guitarra.

Salí muy perjudicada de aquella fiesta, y eso que no había tomado ni una gota de alcohol. A día de hoy, esa canción en la más reproducida en mi lista de Spotify, por encima de Frozen y Baby Shark, lo que para una madre de niños pequeños a los que les pone música para que la dejen escribir es todo un logro.

3. Un verano en cuarentena y Tú eres tierra firme

De lo que pasó en 2020 no voy a hablar. Punto. Pero sí contaré que, al vivir en una isla, lo tengo mucho más complicado para viajar que muchos. Implica, siempre, subirse a un avión o a un barco, y si las aglomeraciones y yo nunca hemos sido amigas, mucho menos lo somos en una pandemia. Así que nos dedicamos a recorrer el pequeño porción de tierra en el que vivimos encerrados sin descanso. Exploramos playas que no conocíamos, montañas a las que no habíamos subido (¡con las pocas que hay!) y faros que nunca habíamos visitado.

Y fue bajo los pies de un faro, de cara al horizonte, cuando me di cuenta de la inmensidad del mundo y de lo minúscula que yo era. Y puede que en ese momento no pudiera viajar, pero la opción está siempre ahí para mí, pero ¿cómo sería si no la tuviera? Así nació Lena, habitante de Formentera, una isla aún más pequeña que Mallorca, en pleno siglo XIX. ¿Cómo sería la vida de una mujer así? ¿Cómo sería sentirse encerrada mientras se tiene enfrente el mar en toda su extensión? ¿Es posible trazar tu propio destino? ¿Enamorarse libremente?

Y como no podía ser de otra forma, este verano también va a cerrarse con un buen puñado de ideas. Por el momento, tengo notas para dos historias, y ambas han surgido, como no podía ser de otra forma, de los lugares más insospechados.

A veces, cuando leo y la historia me resulta original, me gusta preguntarme de dónde la sacaría el autor, cómo llegó a su mente, a su corazón. Es probable que la respuesta esté donde menos lo esperemos.

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